lunes, 14 de noviembre de 2016

Y entonces me di cuenta de que me había perdido, de que no conocía tan bien el bosque como pensaba y que mi madre tenía razón, no debía alejarme tanto de ellos solo para jugar. Seguí caminando, buscando a mi padres, cuando de repente en aquel oscuro y espeso bosque llegué a un claro en medio del cual había una señora de pie. Era alta, guapa y esbelta, de piel pálida y grandes ojos. El cabello era largo, plateado y con pequeñas ondas, como si de un río a la luz de la luna se tratase. Su rostro transmitía confianza, serenidad y bondad. Se acercó y me preguntó cómo me llamaba: Lillian, me llamo Lillian.-Contesté.
Con una voz dulce y melodiosa me dijo que se llamaba Selene. Me miraba como una madre mira a su hijo recién nacido, se acercó y me estrechó entre sus brazos, era una sensación de calma, y protección, sentía casi como si fuese una loba cuidando de su cachorro.
Me susurró que allá donde fuese cuidaría de mí y de todos los niños que al igual que yo, tuviesen miedo a la oscuridad o se encontrasen perdidos. Y es por eso que cada vez que cae la noche y la luna sale parece que te sigue, porque es ella, cuidando de ti para que nada malo te pase.

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